Estoy tan irritado…
Y todo por esa maldita máscara que me pongo fuera de casa. La llevo muy ceñida
para que no se me caiga, tanto que si me pica el rostro no puedo aliviarme. Es
terriblemente molesto llevar siempre una careta, pero me da pánico salir sin
ella. Tengo la cara llena de arañazos porque en la intimidad me rasco sin cesar.
El día que se rompa la máscara y se descubra mi rostro magullado verán que no
soy más que un hombre herido, y se marcharán. No temo quedarme solo, sé que aparecerá
quien trate de curarme. Eso es lo que me da miedo de verdad.
Cada vez aparecen más grietas. Son muy pequeñas, insignificantes, pero anuncian que mi máscara se resquebraja. Pocos rasguños para tantas pedradas. El tiempo ha difuminado su dibujo; primero se desvaneció su mirada pícara, después se borró su media sonrisa burlona, se esfumó su aire despreocupado… Ya no transmite nada. Todavía protege, pero ya no engaña. Infalible durante tantos años, ahora siento que con el próximo golpe mi careta se partirá en mil pedazos.
Tengo que buscar
otra, no puedo desentonar en este carnaval. Unos lucen su careta más bella, otros
se disfrazan del mismo Satán. Están quienes buscan destacar, los hay que
prefieren camuflarse entre los demás. Nunca pasa de moda eso de ocultar tu verdadera
identidad. Es divertido fingir ser otra persona, también te deja molido, como es
normal. Algunos llegan a casa y se quitan la máscara para descansar. Otros, sin
embargo, la llevamos tanto tiempo que ya no podemos más. Es agotador fingir ser
quien no eres en realidad.
Debería restaurar
mi máscara por una cuestión sentimental. Arreglar los desperfectos, fortalecer
la estructura y volverla a pintar. Que una gran artista plasme sus esperanzas,
sus miedos, sus deseos, que cincele el contorno que le guste más. Y entonces me
probaré la careta, seré su obra maestra y me exhibirá allá donde quiera que
vaya. Y si me hace feliz, llegará el día en que me quite la máscara, y con
suerte, crucemos los dedos, pensará que gano mucho al natural.
No hay careta que
aguante para siempre… y menos mal.
Foto de Koen Cobbaert
Dicen que mal de muchos consuelo de tontos, y cuanta razón, pero por si le sirve de algo le entiendo perfectamente, y creo que el resto de la humanidad también. Casi todo le mundo llevamos una máscara puesta por distintos motivos, y digo casi todo el mundo porque Aida Nizar va por libre.
ResponderEliminarYa sea por algo oscuro, siniestro y sucio, por todo lo contrario, o por ambas, por miedo, por protección... Lo suicida creo que es salir solo con la gomilla a la calle, eso sería como irse de putas en Sierra Leona (espero me permita este humor negro).
Como dice es agotador llevarla puesta pero más agotador sería pasarnos el día curándonos las heridas que supone nuestra desnudez.
La vida suele ser un baile de máscaras en el que amenudo nos toca danzar con parejas inapropiadas, en momentos inoportunos bajo una música chirriante, cuanto menos. ( me niego a reproducir lo de bailar con la menos agraciada) Pero oigame sr. Tabernario, es sano, sensato, sincero, soberbio y surrealista compartir nuestras miserias. Es algo innato en el género humano que, desprotegido biologicamente, ha recurrido a la protección de seres superiores dotados de poderes más allá de los de la Liga de la Justicia.
ResponderEliminarPermítame que le diga que me agradan los aires de su Taberna, aunque sabe usted que pudiera estar mal visto mi presencia en estos lares.
Lo tendré presente en mis oraciones, y queda usted invitado a visitar mi convento, no repare,mis novicias están entrenadas que no instruidas para ir con estos tiempos.
Siempre suya, La Abadesa
Y así vamos, cada uno con nuestra máscara...
ResponderEliminar