Acaban de terminar las fiestas patronales de
mi localidad, una reunión de hormonas en efervescencia donde la música es lo de
menos y lo importante es participar. Un acontecimiento repleto de graduados en
la Universidad Ron Negrita y con un Máster en Cata de Jagermeister. Como podéis
imaginar, las conversaciones intelectuales abundan hasta el hartazgo, concretamente
el mío, que no puedo seguir el ritmo de gente tan docta en la materia. Yo soy
más básico, desde que aprendí en Conocimiento del Medio el ciclo de la vida
existo para reproducirme y morir, toda vez que nací para vuestra desgracia y
crecí para la mía. En algún momento de la noche mis compinches se compadecieron
y decidieron rebajarse a mi nivel: tetas, culo, polla, coño, follar, follar,
follar… En definitiva, mujeres, hombres y viceversa, y yo, por supuesto, estaba
en mi salsa.
Al principio de la noche seguíamos con
nuestra mirada únicamente a mujeres cañón, comentando el maravilloso mundo que
podían descubrir si pasaran una noche romántica con nosotros. Nos tomamos unas copas. Empezamos a fijarnos
en las féminas que se encontraban a treinta metros de nosotros, en todas, y nos
regocijamos con las innumerables posturas y prácticas sexuales con las que honraríamos
sus templos sagrados, si así lo dispusieran ellas. Nos echamos unos cubatas
más. Entonces, cada vez que intuíamos una forma (pseudo)humana cerca proclamábamos
la profanación de sus vaginas con nuestro enorme y poderoso báculo del amor.
Porque, como todas sabéis, un hombre siempre tiene la polla más grande que la
media, la habilidad para el cunnilingus de una lesbiana experimentada y los
dedos tan ágiles como los de Jerry Lee Lewis.
En ese momento, mis dos neuronas se tomaron
de la mano y tuve un rato de lucidez impropio de mí. ¿No son todas las
mujeres hermosas? Tranquilos, este no el típico post para adolescentes repipis
con problemas de autoestima. Solo digo que todas tienen algo que las hace
únicas a primera vista. Es obvio: una cara bonita, un cuerpo de guitarra
española, unos pechos de escándalo o un trasero cascanueces son las cuatro primeras
cosas que la mayoría de hombres tiene en mente. Encontrar a una mujer atractiva,
según estos cánones, no es complicado; vivimos en plena era del fitness y la
que no tiene un físico privilegiado se lo trabaja, y si no, simplemente, lo
esconde bajo tres kilos de maquillaje. Como los hombres, vaya. Pero encuentro
que hay detalles muy sutiles, pero bastante más interesantes, por ejemplo, en la
sonrisa, en la mirada, en el tono de voz, en los gestos… Que no os inquiete mi
ramalazo cursi, intento explicar de una forma bonita que, si nos ceñimos a lo
estrictamente visual, yo os(las) daba a todas.
Pero sí encuentro problemas, penetrando un
poco más, para encontrar chicas listas. No sufráis, entre nosotros la
inteligencia escasea todavía más (como podéis comprobar en estas líneas). Y no
hablemos de la personalidad, ¿la belleza está en el interior? Una soplapollez
como un piano. Mujeres, hombres y viceversa estamos tan podridos que deberían
prohibirnos hablar entre nosotros, no sea que lleguemos a conocernos mejor. Nacer, crecer,
reproducirse y morir, ceñirnos al ciclo de la vida. Al fin y al cabo, los seres
humanos no entendemos de sabiduría, pero la naturaleza sí. Estamos en crisis,
tiempo de subsistencia, de ahorro para un futuro mejor. Aplicadlo a vuestra
economía, también al terreno sentimental. Y si la cosa no mejora en unos años y
todos seguimos siendo pobres y estúpidos, gastémonos el dinero ahorrado en profesionales.
¿Psicólogos? Mejor en gigolós, putas y viceversa.
La mujer no es fea por donde mea de toda la vida.
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