Querido
Mariano,
Recuerdo
tu foto colgando de las farolas de mi calle como si fuera ayer. La verdad, a
bote pronto no me pareciste muy atractivo, posiblemente porque soy esclavo de las
tendencias y los cánones de belleza establecidos. De hecho, todos estábamos de
acuerdo en que no eras el candidato mejor parecido de aquel Vota Mi Cuerpo 2011.
Pero tú nos prometiste el oro y el moro, tiraste de tu característica labia y
nos aseguraste que guardabas un enorme secreto, uno que desatascaría nuestras
maltrechas cañerías. Debo reconocer que aún así no te voté, me asusté, pensaba
que siendo tan grande lo que escondías bajo el traje me harías daño. Y aún así
me entregué a ti, como todos. Hemos estado casi tres años juntos, y tenemos que
hablar. No quiero que te enfades, pero hay una cosa que te quiero decir y que
llevo guardándome desde nuestra primera vez: Mariano, no follas bien.
Todos
sabíamos cómo iba a funcionar esto, que tú eras más dar que de recibir, que nos
tocaría morder almohada, como hicimos con todos nuestros ex. Dijiste que no había
tiempo para dilatar, que debías aplicar tu remedio directo y a pelo. Que nos
dolería, seguro, pero que valdría la pena. Eras un hombre muy dominante, y
créeme que no nos disgustaba del todo, hasta que nos prohibiste el lubricante
porque no era un bien de primera necesidad. Íbamos y veníamos de trabajar
espatarrados, con el culo roto, pero con la esperanza de acostumbrarnos algún
día e incluso llegar a disfrutarlo. De pronto quisiste que dejásemos el curro,
y entonces tuvimos nuestra primera discusión. ¿Cómo íbamos a renunciar a
nuestra independencia económica? ¿Y si lo nuestro no salía bien? Insistías en
que alguien tenía que encargarse de la casa, que tú ganabas suficiente dinero
para mantenernos a todos.
En toda
relación siempre hay uno que pone más de su parte, y nosotros sabíamos que
llegabas cansado al palacio de tanto cargar y descargar maletines. Queríamos
que lo nuestro funcionase, así que también te lo concedimos. Y tú te
acomodaste, Mariano. No tenías ningún detalle con nosotros, solamente nos
querías para ponernos a cuatro patas y darnos bien por el culo día tras día. Y
siempre a lo perrito, ¡ya ni siquiera nos mirabas a la cara! Tan solo necesitábamos
un poco de amor, eso era todo. Estábamos agobiados encerrados entre cuatro
paredes, la casa se nos venía encima. Pero sabíamos que la economía familiar no
era precisamente boyante, y por eso no salíamos ni a tomarnos una caña con los
amigos. Mientras, tú llegabas todas las noches a las tantas de la madrugada,
apestando a Don Pérignon (sabemos que no te gusta el cava). Te pedimos
explicaciones, pero nunca querías hablar. Aún recuerdo aquel bochornoso día en
el que rendiste cuentas por videoconferencia, ya ni te dignabas a aparecer por
casa. Entonces investigamos un poco, y te pillamos.
Sospechábamos
que nos la estabas pegando, no somos tontos pero, ¿con banqueros, Mariano? ¿Qué
te daban ellos que no te diéramos nosotros? Cumplimos todas y cada una de tus
fantasías, incluso aquella vez que invitaste a Luis, a Paco, a Ricardo y a
tantos otros a pasar por nuestra cama para ponernos mirando a Cuenca, mientras
tú permanecías en una esquina, mirando, terriblemente excitado. A nosotros no
nos compraste ni un triste ramo de flores, pero les diste casi todos nuestros
ahorros a tus nuevos amantes. ¿Por qué, Mariano? Si no nos querías, simplemente
tenías que dejarnos y marcharte, nosotros solo queríamos que fueras feliz.
Quisimos hablar abiertamente contigo del tema, como adultos, ¡y menudo berrinche
te pillaste! Todavía nos quedan marcas de recuerdo. Entonces, un buen día,
volvemos de hacer la compra y nos encontramos con las maletas en la calle.
Una de
las primeras cosas que te dijimos al conocernos es que detestábamos la
coprofagia. Tú nos dijiste con esa boquita de piñón que no nos preocupásemos,
que no tenías gustos tan especiales. Pero debo decir que mentiste una vez más,
porque nos ha tocado tragar mucha mierda desde entonces. Tanta, que nos asfixia. De vez en cuando no
podemos evitar poner la televisión para saber qué tal te va. Te veo muy desmejorado,
Mariano, y eso me entristece. Sabemos que quieres volver con nosotros, que
prometes cambiar… Y eso no es cierto. Siempre quisiste lo que no podías tener,
y ahora que ese joven de la coleta ha aparecido en nuestras vidas pretendes
seducirnos una vez más. Y sé que hay muchos que van a volver contigo. Pero yo
no.
A ti y
a mí se nos gastó la pasión hace mucho tiempo. Estamos separados, pero eso no
es suficiente para mí. Te resistes a firmar el divorcio, te aprovechas de la
burocracia para aplazar lo inevitable. Pero seré paciente y esperaré otro año
más, porque tarde o temprano tendrás que aceptar que tu tiempo aquí se ha
terminado, y también sé de muchos que opinan como yo. Ya te lo he dicho, Mariano, somos un país de malfollados, y todo gracias a ti. Márchate a Punta Cana,
cómprate una isla en Dubai con el dinero que te llevaste, haz lo que quieras,
pero a ser posible muy lejos de aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario