Como creativo, me gustaría poder contar que El Tabernario se inspiró en ese fiel parroquiano que acoge todo bar que se precie. Ese señor que todos los días acude a la misma barra, se sienta en el mismo taburete y pide lo mismo de siempre; ese tipo que ojea las páginas del MARCA cuando piensa que nadie le mira y que deleita con sus desventuras a quien le presta un poco de atención.
Como emprendedor, querría sostener que El Tabernario pretendía trasladar esta entrañable figura a las redes, entretener a los visitantes del blog con historietas y opiniones ficticias aderezadas con una pizca de mí y, sobre todo, grandes dosis de humor. La divagación era la piedra angular de mi proyecto; en la falta de un propósito residía el atractivo, o al menos eso me pareció.
Como escritor, debería revelar que El Tabernario surgió como un campo de pruebas, un territorio yermo en el que ejercitar mi cerebro y agilizar mis dedos; un lugar transitado por unos cuantos, suficientes para poder divertirme un rato pero no tantos como para incomodarme. El Tabernario era ideal para salir a jugar, pero también para disparar sin herir a nadie.
Como ser humano, El Tabernario es el reflejo de un hombre perdido. Echo la vista atrás, releo todo lo aquí escrito y me asusto. No se trata del contenido de las escasas entradas publicadas, sino del conjunto de todas ellas: este blog es un caos, un producto desorganizado, un sinsentido escupido por un individuo con la boca muy sucia y la cabeza hecha un lío.
El Tabernario nació y creció en un mal momento personal, como se puede apreciar en algún que otro post; uno de esos que cuesta tanto superar que comienzan llevándote al delirio, luego te arrastran al fondo de un pozo y terminan aislándote, tanto que terminas perdiendo la noción del tiempo y la consideración de los que te rodean. Ha llegado la hora de la rehabilitación.
No hay droga más adictiva que la nostalgia, nada es más peligroso que chutarse los recuerdos de un tiempo mejor cuando sufres un ataque de melancolía; cuando la tristeza se vuelve crónica tiene difícil solución. Entonces intentas olvidar... y cuando descubres que no es posible buscas distracciones a todas horas... y cuando te aburres del mundo desfalleces... y al final dejas la vida pasar.
Hay que poner las cosas en orden.
Yo he decidido apoyarme en mis fracasos (en los profesionales y en los sentimentales) y levantarme. Con calma, para evitar mareos. Intentaré arreglar lo que pueda, y lo que ya esté roto... pues no tendré más remedio que dejarlo atrás. Después de darle muchas vueltas he tomado una decisión: cerrar esta etapa para dar comienzo a una nueva.
Ha llegado la hora de ponerle punto y final a El Tabernario. Creo que es justo despedirme de quienes habéis sido testigos del amanecer y también del ocaso de este blog. No fui capaz de mantener mi compromiso con vosotros, lo siento. Trataré de comprometerme mucho más con mi público en próximas aventuras para que nuestra ruptura no haya sido en balde. Gracias a todos, de corazón.
Chinchín.