Hace tres semanas dejé de pasarme por El
Tabernario con la regularidad prometida. Queridos, he aquí la primera crisis en
nuestra relación. Falté a mi palabra y en consecuencia he roto el corazón de alguno
de mis fieles. Podría camelaros, decir que nunca volverá a suceder, que voy a
cambiar... Sin embargo, me temo que no puedo renunciar a mi espíritu canallesco.
Llegará de nuevo el día en que me ausente por un periodo indeterminado para
atender otros asuntos. Se trata de una nueva forma de rebeldía que consiste en
dejar de lado tu hobby para centrarte en tus metas profesionales. Con las
molestias que se ha tomado el Gobierno en aumentar el número de parados y yo
tratando de moverme. ¿Me estaré convirtiendo en un antisistema?
Dicho lo cual, cambio de tercio. Empiezo a
recordar una reflexión que escribió una amiga mía no hace mucho sobre la consulta
independentista catalana. Yo, acostumbrado a los tertulianos de la tele me vi
abrumado ante semejante despliegue dialéctico. Se me olvidaba comentar que mi
amiga es un poco marciana, viene del planeta Filosofía y su objetivo es hacer
trabajar nuestros cerebros o reventarlos en el intento. Vosotros sois
conscientes de mis limitaciones intelectuales y, como imaginaréis, sufrí de lo
lindo para entender qué carajo significaba todo aquello. Tras consultar
detenidamente cinco volúmenes de mi polvorienta enciclopedia del año 76 y el
diccionario Espasa que tengo de la Primaria conseguí descifrar el mensaje, o al
menos eso creo. Como la independencia de Catalunya últimamente anda en boca de
todos me he tomado la libertad de crear una versión para “dummies”, gente tan
estúpida como yo que, sin embargo, no disponga de tanto tiempo libre para
indagar. Que no se diga que no cuido de los míos.
Imaginemos que España y Catalunya son gemelas siamesas,
comparten genoma y cuerpo. Sin embargo, como suele ocurrir entre hermanas, les
preocupa más señalar sus pequeñas diferencias que reconocer su enorme parecido.
Las dos tienen una personalidad similar: tercas como mulas, temperamentales y
un poco pillas. Si España rompía un jarrón, Catalunya se chivaba; si atrapaban a
Catalunya siendo traviesa le echaba la culpa a España. Ahora bien, si en algún
momento las dos se portaban mal juntas se encubrían como buenas hermanas.
España y Catalunya crecieron y tuvieron hijos, pero tenían muy poco instinto
maternal, puesto que racaneaban con la paga de los chiquillos para poder
comprarse ropa bonita. Incluso en momentos de dificultad económica dejaban sin
comer a los críos con tal de no rebajar su nivel de vida.
Lo extraño de estas hermanas es que las dos
amaban a un hombre llamado Dinero, y lo compartieron durante bastante tiempo
hasta que la situación se hizo insostenible. Catalunya acusaba a España de
robarle tiempo con su marido; España creía que Catalunya era demasiado posesiva
y no estaba dispuesta a ceder ni un ápice. Entonces Catalunya propuso algo a lo
que le había dado varias vueltas: operarse. Catalunya reclamaba separar sus caminos
porque quería una independencia de la que no había podido disfrutar hasta el
momento. España se negaba en rotundo porque la operación era delicada y podía
suponer un riesgo para la vida de ambas.
Pasaron los años y la crispación entre las
hermanas era cada vez mayor, discutían constantemente. Montaban numeritos en público
en los que a punto estaban de llegar a las manos. Se gritaban una y otra vez, y
todo porque sus motivaciones no eran tan honestas como presumían: en realidad,
Catalunya quería ser libre para largarse con Dinero, su marido, dejando a su
hermana en la estacada. Por su parte, España sospechaba de las intenciones de
Catalunya, así que por miedo a quedarse sola se negó y convirtió la operación
en un tema tabú. A las dos les encantaba, en cualquier caso, ejercer el papel
de víctimas. Y con este nivel de intransigencia hemos llegado hasta la actualidad.
Las dos utilizan el mismo
leitmotiv para defender su postura: la democracia. Catalunya dice que la
consulta es necesaria, que la gente tiene derecho a decidir. España, por su
parte, tacha el independentismo de antidemocrático. Y mientras el cabreo, el
odio y el miedo van creciendo cada día más. Si este es el sistema que gobierna
nuestro país, entonces sí, podéis llamarme antisistema. Más que nada porque no quiero regresar a los viejos tiempos, donde los conflictos se arreglaban a mamporros en las calles, gracias a Dios no me tocó vivirlo ni tengo la más mínima curiosidad.
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