Últimamente he pasado la mayor parte de mi tiempo viendo
series de televisión. En los ambientes distinguidos se suele comentar que lo
mejor es disfrutarlas en versión original, así que enchufé The Wire en su
lengua madre y sin subtítulos, con dos cojones, como buen español. La verdad,
no entendía una mierda. Quizá no estuviera lo suficientemente familiarizado con
el acento de los guetos de Baltimore, o igual es que memorizando las categorías
de Tubegalore no aprendí tanto inglés como pensaba (igual entiendo mejor el
francés). Me resigné y volví a poner los subtítulos, me niego a tragarme tan
terrible doblaje. Malditos círculos esnob, ¡qué daño me estáis haciendo!
Puedo demostrar que sigo siendo un hombre de a pie:
estoy viendo Gran Hermano. Si alguien seguía creyendo a estas alturas que tras
mi estúpida verborrea escondía un atisbo de inteligencia que pague la cuenta y
salga de la taberna, le perdono la propina. No solo sigo las aventuras de los
simpáticos personajes de esta edición, sino que además confieso que juré fidelidad
a Mercedes Milá durante nueve ediciones y se la pegué con Pepe Navarro en la
tercera entrega del programa voyeur por excelencia. Llevaba unos años
desconectado, ya sabéis, la crisis de superioridad moral de los 20 no perdona.
Este año he podido recordar gracias a Omar, ese
conquistador de excéntrico peinado, una de las frases que más daño han hecho a
esta sociedad: “yo siempre digo las cosas a la cara”. Y cuantas más vueltas le
doy a la dichosa oración más rabia me da. Cada vez que alguien viene a decirme
por las duras o las maduras lo que piensa de mí le contesto siempre lo mismo: “¿quién
cojones te ha preguntado?”. No tenemos suficiente trabajo con recoger nuestra
basura que encima viene un imbécil a patear el contenedor y esparcirla por todo
el asfalto. Y sí, entiendo que vivimos en un país con libertad de opinión (se
me escapa una lágrima de la risa), y podéis decir lo que os plazca, lo respeto.
Solo pido comprensión, yo también estoy en mi derecho de que me importe una
puta mierda lo que tengáis que decir.
Se están perdiendo las buenas costumbres. Ésta es
una vida lo suficientemente perra como para privarnos de uno de los placeres
más primitivos: criticar a la espalda. Ya que últimamente follar sale caro, qué
menos que pasar las horas mofándonos del que no está, despotricar de lo que
hizo tal o pascual, pero manteniendo la compostura cuando la víctima
esté presente. Qué sería de un grupo de amigos sin la tensión en el ambiente, sin
las miradas cómplices ni los dardos envenenados. La honestidad no es divertida,
es más bien desagradable e inoportuna, ¿quién demonios quiere oír la verdad? La
ignorancia da la felicidad, así que me dirijo a vosotros, los que siempre vais
de cara: convertíos en buenos samaritanos, ocultad vuestra opinión,
mentid si es necesario, pero por favor, dejadnos en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario